Viernes, 02 de Abril de 2021

Sociedad »  Homilía del Viernes Santo: "El mal no tiene la última palabra"

MISA CENTRAL

El arzobispo Andrés Stanovnik presidió esta tarde la misa central en la Iglesia Catedral. Su mensaje apuntó a poner fin al odio y las divisiones.


Esta tarde, tal como se esperaba, el arzobispo de Corrientes, Andrés Stanovnik presidió la misa central de la Pasión del Viernes Santo. Su mensaje apuntó contra la mentira, el odio, la división y el enfrentamiento que “se utilizan como método para ganar poder y dominar, sea en el pequeño círculo familiar, o en cualquiera de los ámbitos de la convivencia social”.

 

A continuación, la homilía completa:

 

El Viernes Santo conmemora la muerte violenta de Jesús, el Hijo de María y de José, el Verbo hecho Carne, es decir, de Dios. Muerte precedida de una condena injusta. Sin embargo, Dios verdadero y hombre verdadero entrega su vida libremente de una forma extremadamente humillante. Él, que podría haber tomado otro camino para llegar hasta la condición humana, y empleado otro método para librarse de los enemigos que atentaron contra su vida, optó por la fuerza de la humildad y del amor. Impresionante. Ante este acontecimiento, es comprensible que nos preguntemos si realmente es posible que la humildad y el amor sean más fuertes que el odio y la venganza.

 

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La razón humana calla o se rebela ante la muerte de Jesús, porque encuentra allí su propio límite, una verdadera encrucijada para la fe y la razón humanas. Si la razón aceptara su límite, lo cual sería una actitud razonable pero aún no suficiente, y se animara a tomar de la mano a la fe, también ella crecería y maduraría en una sabiduría que es mucho mayor, más integral y más plena, que si se quedara sola debatiéndose en medio de sus límites. Hoy hemos de estar atentos al pensamiento dominante, que se repite una y otra vez en la historia de los hombres, y cuya torpe y vieja estrategia consiste en separar fe y razón para dividir, descalificar y perseguir a los creyentes, o simplemente ignorarlos.

 

La fe, sobre todo cristiana y junto a ella también la del pueblo judío y el pueblo musulmán resulta sumamente molesta, porque las personas que creen entienden que Dios hizo el mundo para todos, que todos tienen derecho a vivir dignamente, que está prohibido atentar contra la vida del ser humano y contra la creación, que nadie puede acumular riqueza para sí mismo mientras otros muchos pasan hambre y toda clase de privaciones. El mismo espíritu del mal que se apoderó de aquellos hombres que condenaron y mataron a Jesús, sigue actuando hoy allí donde la mentira, la división y el enfrentamiento se utilizan como método para ganar poder y dominar, sea en el pequeño círculo familiar, o en cualquiera de los ámbitos de la convivencia social. El espíritu del mal se distingue porque confunde mintiendo y divide reinando.

 

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El Viernes Santo, con la pasión y muerte de Jesús, es en la historia de los hombres y de la creación el signo definitivo de la victoria del amor sobre el odio, de la justicia y el perdón sobre la venganza, de la humildad sobre la soberbia, victoria que aún no ha llegado a su plenitud, porque el amor de Dios nos ha asociado a su victoria, para que colaboremos con él en completarla por el mismo camino que hizo Él: la pasión y la muerte, con la certeza inconmovible de la resurrección. Por eso, si bien el Viernes Santo es un día de dolor y de tristeza, es también una jornada que se proyecta luminosa en la esperanza de que, gracias a Jesús, la vida nueva de la gracia es más fuerte que la muerte consecuencia del pecado.

 

Aun cuando hoy no podamos acercarnos a besar la cruz como lo hacíamos en años anteriores a la pandemia, acerquémonos de corazón a Jesús crucificado y escuchemos de sus labios resecos por la agonía esa dulce invitación que le hizo a su madre, señalando al discípulo que estaba con ella: “Aquí tienes a tu hijo”. Y luego dirigiéndose al discípulo, le dijo: “Aquí tienes a tu madre”. Acompañados por ella, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe (cf. Hb 4,14), con la certeza de saber que el mal no tiene la última palabra y que morir con Jesús es esperanza de resucitar con Él a la vida y al amor, que no cesarán jamás. Así sea.